La demanda de agua para consumo humano es una problemática fundamental.
Es frecuente asociar el problema a la escasez del recurso y no al aprovechamiento responsable.
Especialistas de la Universidad Nacional de General Sarmiento (UNGS) llevan a cabo diferentes estudios de investigación. Buscan determinar la calidad y cantidad de agua que se requiere para las distintas actividades humanas.
El agua es un recurso esencial para la vida. La población mundial supera los siete mil millones de habitantes. El continuo crecimiento demográfico, exige una mayor cantidad para consumo en actividades domésticas, agropecuarias e industriales.
Sin embargo, pensamos que el agua es escasa, pero no que es deficiente en una gestión responsable.
“Comparada con el agua salada, efectivamente el agua dulce es un recurso escaso, ya que representa sólo el 2,5 por ciento del agua total del planeta. Sin embargo, en promedio alcanza y sobra para todos los habitantes del mundo, aunque hoy no se distribuye homogéneamente. En la Argentina, por ejemplo, el 70% del territorio presenta condiciones áridas y semiáridas. En otras regiones, el recurso abunda, pero no por ello la población tiene acceso a él. Por eso, el problema no es la cantidad de agua dulce, sino cómo la gestionamos. Hay que diferenciar disponibilidad y accesibilidad”, explica la bióloga Ana Carolina Herrero, investigadora docente del Área de Ecología del Instituto del Conurbano (ICO) de la UNGS.
La distribución del agua planetaria no es uniforme. En Nuestro País hay zonas con exceso, como la Región Metropolitana de Buenos Aires, y otras, con escasez como Chaco, Formosa, San Juan y Mendoza.
“La gestión del agua se relaciona sobre todo con la red de distribución que la lleva a diferentes poblaciones. Quizás en el norte de la provincia de Buenos Aires hay abundante agua, pero eso no quiere decir que la población cuente con un recurso de calidad para el consumo humano. Muchas veces el agua potable no es accesible para la población: en estas zonas hay lugares donde el agua no es apta para el consumo, y donde, sin embargo, se está consumiendo”, destaca Luisina Molina, ecóloga urbana y también investigadora docente del ICO.
Además de lograr que el agua sea accesible, “también es importante gestionarla en forma adecuada entre los diferentes usuarios, ya que es un recurso multifuncional y somos varios los interesados en disponer de él”, explica Molina y enfatiza: “Ahí empieza una competencia por el uso. Entonces, el Estado debe regular qué cantidad se le asigna a cada uno de los actores, sabiendo que el consumo humano es el prioritario. Tanto que ha sido declarado un derecho humano. Es a partir de allí que hay que pensar cómo distribuir esa torta para los otros usos”.
La huella hídrica es un indicador que permite determinar la calidad y cantidad de agua requerida para distintos usos. Este indicador, explican las investigadoras, es muy útil como herramienta de gestión, y a su vez permite visibilizar y concientizar a la población acerca de la cantidad de agua necesaria para producir diferentes alimentos. La huella hídrica varía de región en región, y eso permite calcularla para cada una.
Se ha aplicado el indicador de la huella hídrica en distintos proyectos destinados a calcular y analizar el consumo de agua a nivel territorial. Uno de ellos, finalizado el año pasado, se llevó a cabo en la provincia de San Luis; otro está todavía en curso, y se refiere a la provincia de Buenos Aires. Todos estos proyectos, además de calcular la ya mencionada huella hídrica, ofrecen análisis de la sustentabilidad hídrica de las regiones, esto es, de la relación entre el agua que se consume y el agua de la que se dispone.
Es tema de estudio, además, el consumo de agua en el Campus de la Universidad.
En el marco del sistema de becas de investigación y docencia de la UNGS, la becaria Belén Conocheli analiza la calidad del agua de los pozos, de los tanques y de las cocinas de la Universidad. “En primer lugar, queremos saber cuál es el estado del agua. Después, en el caso de que esté contaminada, nos interesa determinar si ya viene contaminada desde el acuífero o si se deteriora en alguna parte del proceso de distribución”, explica Herrero, directora del proyecto de investigación que desarrolla la becaria.
También “nos importa acompañar el estudio con indicadores económicos y ambientales -prosigue Herrero-. Porque es importante saber, por ejemplo, cuánto está gastando la UNGS en bidones de agua para consumo pero también, porque no se trata apenas de saber cuánta agua es la que se compra, sino cuestiones como cuánta agua fue necesaria para purificar esa agua que se compra, etc.”
Esto no es paranoico, aclara Molina, “es contar con datos adecuados para poder tomar decisiones sobre el tipo de producción que realizamos. Es decir, no para dejar de consumir agua, sino para hacer un consumo más responsable”.
Universidad Nacional de General Sarmiento-Instituto del Conurbano- Noviembre de 2015
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