jueves, 11 de febrero de 2016

INTERCONEXIONES

¿NOS CREEMOS INVISIBLES?



En este mundo informatizado se infravalora la información que se produce en teléfonos e internet. 

Y cómo nos afecta sin darnos cuenta. 


Gerardo Simari es investigador asistente del CONICET y trabaja en el Instituto de Ciencias e Ingeniería de la Computación (ICIC, CONICET-UNS). 

Simari reflexiona sobre las prácticas vinculadas con  Internet, las telefonías móviles, y demás recursos tecnológicos que están actualmente incorporados, y cómo el desconocimiento de su funcionamiento vuelve vulnerables a los usuarios, a niveles impensados. 


“Cuando cualquiera de nosotros activamos el GPS en el celular…, revisamos los mails desde el mismo dispositivo…, nos registramos en las redes sociales, subimos fotos y expresamos nuestra opinión política en Facebook y Twitter…, acudimos al banco para sacar tarjetas de crédito en donde dejamos nuestros datos…, y luego compramos en supermercados donde nos ofrecen una tarjeta de puntos que almacenará en qué gastamos el sueldo, qué consumimos, qué comemos y cuáles son nuestros gustos…, cabría preguntarse ¿Qué pasa con todos estos datos? ¿Para qué, por ejemplo, Angry Birds pediría tener acceso al GPS? ¿Por qué Facebook solicita que se incluya la localización?”, indica el investigador. 

Simari relata: “En 2009 Malte Spitz, miembro del Partido Verde Alemán, pidió a su compañía de teléfono que le mandara los datos que tenían sobre él. Algunas demandas más tarde Malte recibió un CD con un Excel de treinta mil líneas (como “Guerra y Paz” de Tolstoi, con casi 1900 páginas, pero multiplicado por tres). El documento sólo comprendía seis meses de información que fueron entregados por él a una agencia de visualización de datos, los cuales sumados a la información obtenida de las distintas redes sociales y blogs de libre acceso pudieron conformar un mapa virtual, algo así como un diario de la vida de este funcionario. En él se puede ver cuándo Malte viajó en avión, con quién se comunicó, quién lo llamó, cuánto tiempo duró esa conversación, cuándo comió o durmió, quién le mandó mensajes y qué decían esos textos”. 


Malte, como casi todas las personas de esta era, tiene en su bolsillo un celular que cada cinco minutos hace “ping” a la antena más cercana y le pregunta: “¿Hay algún WhatsApp para mi?” “¿tengo algún correo?”. El teléfono, desde la comodidad de un pantalón o una mochila, todo el tiempo está diciendo “estoy acá”, “ahora estoy allá” o “ahora me vine más acá”.  

“Los celulares son esencialmente dispositivos de radio como los handys o los que usan los taxis para comunicarse con la central, y lo que hacen es conectarse con la antena más cercana, por lo que las empresas de teléfono saben qué celular está conectado a qué antena, y esos datos quedan almacenados en una base”, detalla el investigador. 

Simari hace una introducción al mundo de datos actual. Narra que el acceso a Internet es cada vez más común en la población de países con diferentes grados de desarrollo. Se estima que un 40 por ciento de la población mundial tiene acceso, mientras que en 1995 era sólo el 1 por ciento. 

Desde otra parte está el fenómeno de “la nube” (the cloud, en inglés), posibilitado gracias a lo  anterior y también al desarrollo de tecnología inalámbrica. Haciéndose extensivo a la mayoría de los usuarios con Gmail (y otros servicios menos populares de correo pero con grandes números de usuarios), documentos en línea (Google Docs, ahora Google Drive) o Dropbox (para compartir documentos y accederlos desde cualquier dispositivo), entre muchos otros. 


Además el aspecto social estalló primero con Facebook y Twitter, y luego con otros servicios que permiten conectarse con otras personas para compartir contenidos. 

El desarrollo y abaratamiento constante de celulares con gran capacidad de procesamiento y almacenamiento, permitió que todo esto sea más accesible. La realidad muestra que las personas están constantemente acumulando datos.


“No nos damos cuenta de la cantidad de información que producimos ni del valor que tiene. Los servicios que usamos todos los días no son nada gratuitos sino que estamos pagándolos con los datos que entregamos para usarlos. Para darnos una idea de esto basta recordar que WhatsApp fue comprada por Facebook hace un tiempo por alrededor de 16 mil millones de dólares, cifra que se asemeja al PBI de muchos países pequeños y que equivale a mas de 30 mil dólares por hora durante un año entero”, detalla el investigador. 


Existió información almacenada que posteriormente sirvió para atentar contra la privacidad y la vida de las personas. Por ejemplo, en Holanda a principios del siglo XX, se hizo un censo de religiones para determinar cuánto dinero debían darle a cada comunidad, a cada iglesia, o sinagoga. Cuando llegaron los nazis accedieron a esa información y solo el 10 por ciento de los judíos holandeses sobrevivió a la segunda Guerra Mundial. 

Otro caso digno de mencionar se dio cuando el gobierno de Ucrania mandó un mensaje de texto a unos manifestantes que decía lo siguiente: “ha sido usted registrado como participe de una manifestación ilegal masiva”. “Seguramente, esto lo supieron porque cada teléfono en la plaza profería esa información”, explica Simari. 


Cada vez que abrimos el navegador para comenzar la búsqueda de algo que queremos comprar…, o consultar por lugares y alojamientos vacacionales…, vemos con sorpresa que al ingresar en nuestra casilla de mail, a los costados de la página aparecen numerosas publicidades alusivas. 


Simari explica que las páginas guardan “cookies”. Es decir, “pequeñas porciones de datos que almacenan los navegadores, que además de ser útiles para guardar el idioma en el que se navega y personalizar la experiencia del usuario, pueden ser accedidos por servidores de publicidad para decidir qué mostrar. Hay formas de configurar los navegadores para  evitar esta explotación de los datos personales, pero la gran mayoría de las personas poco conocen de ello o no están dispuestas a aprender a usarlas”. 



Cuando, aburridos, instalamos la aplicación Angry Birds se nos pide el libre acceso al GPS. Simari explica que esto puede ser requerido para usos inocentes como avisar cuando hay amigos cerca o mostrar puntajes máximos por ciudad, por ejemplo, como así también para fines netamente comerciales como vender los registros de ubicación a compañías que se dedican a aglomerar información para obtener un perfil y después bombardear el usuario con publicidad específica. 

Aunque un ciudadano no sea una personalidad destacada, cada perfil esta ahí esperando por ser visto. 

Nadie puede saber cuándo le cambia la suerte y se convierte de repente en alguien famoso. 

El problema no son las empresas que son malas guardando datos, no son los gobernantes que puedan aprovecharse de ello, el problema es que esa información vuelve a las personas vulnerables de una manera impredecible. 

De momento vivimos sin tener conciencia de ello. 

Vivimos a la vista de todos, sin notarlo, como en casas de cristal. 




J. Naser- CONICET- nov. 2015 

 

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