Es común pensar que el siglo XXI es el tiempo de las computadoras…
En forma constante y permanente usamos notebooks, tablets, teléfonos celulares y otros dispositivos que nos “solucionan” la vida…
Sin embargo, esta idea de “ordenar” datos y procesarlos es muy antigua.
Christián Carman, filósofo recibido en la Universidad Católica Argentina (UCA) y doctor en Ciencias Sociales por la Universidad Nacional de Quilmes (UNQ), analiza el “Mecanismo de Anticitera”, el dispositivo que permitía anticipar fenómenos astronómicos y sociales. Podría haber sido diseñado por Arquímedes en el siglo II a.C.
El “cielo” era para la Antigua Grecia, un tema de circulación social que no pertenecía exclusivamente a los especialistas. La astronomía era moneda corriente y eran necesarios observadores perspicaces y brillantes que pudieran analizar cada uno de los movimientos celestiales.
Carman explica: “cuando las personas tienen su vida sincronizada con relojes no se necesita la ayuda de ningún evento del Universo. En cambio, si no se puede es necesario que todos vean lo mismo y en simultáneo, y lo único que podemos ver en sociedad es el cielo”.
El investigador adjunto del Conicet y docente en varias instituciones, se formó en filosofía de la ciencia. Su tesis de doctorado constata si las teorías científicas inventan o más bien descubren los fenómenos que describen.
En este marco, advirtió que uno de los campos más interesantes para abordar era el de la astronomía antigua, un escenario plagado de virtudes y contradicciones.
El Mecanismo, fue localizado en 1900 por un grupo de buceadores en las costas de Anticitera, isla griega ubicada entre Creta y el Peloponeso.
Isla Antikitera |
Allí encontraron los restos de una galera romana que había naufragado en medio de otra tormenta hacía 2.000 años, cuando el Imperio romano empezó a conquistar las colonias griegas en el Mediterráneo.
En la arena del fondo del mar estaba el cúmulo más grande de tesoros griegos que se haya encontrado jamás. Y como desapercibido el misterioso “mecanismo”.
Era un auténtico tesoro hallado en las profundidades del mar. Desde hace mucho se somete a estudio y exámenes de los más prestigiosos expertos del mundo.
Es complejo y con múltiples funciones: mediante agujas concéntricas permitía definir la posición del sol, el día, el año, la ubicación de la luna y sus fases, la salida y la puesta de las estrellas, el sitio ocupado por los planetas (al menos los cinco que se conocían en esa época), e incluso, predecir eclipses.
El primero en examinar en detalle los 82 fragmentos recuperados fue el físico inglés Derek J. de Solla Price.
Empezó en los años 50 y en 1971, junto con el físico nuclear griego Charalampos Karakalos, tomó imágenes con rayos X y rayos gamma de las piezas.
Descubrieron que había 27 ruedas de engranaje adentro, y que era tremendamente complejo.
Price adivinó que contar los dientes en cada rueda podía dar alguna pista sobre la función de la máquina. Con imágenes bidimensionales, las ruedas se superponían, pero logró establecer dos números: 235 y 127.
El número 235 era la clave del mecanismo para computar los ciclos de la Luna.
Los griegos sabían que de una nueva Luna a la siguiente pasaban en promedio 29,5 días. Eso era problemático para su calendario de 12 meses en el año, porque 12 x 29,5 = 354 días, 11 días menos de lo necesario.
El año natural, con las estaciones, y el año calendario perderían la sincronía.
También sabían que 19 años solares son exactamente 235 meses lunares, un ciclo cuyo nombre es “metónico”.
En un ciclo de 19 años, a largo plazo el calendario estará en sintonía con las estaciones. En uno de los fragmentos del mecanismo de Anticitera encontraron el ciclo metónico.
Gracias a los dientes de las ruedas de engranaje, el mecanismo empezó a revelar sus secretos. Las fases de la Luna eran inmensamente útiles en esa época.
De acuerdo a ellas se determinaba cuándo sembrar, cuál era la estrategia en la batalla, qué día eran las fiestas religiosas, en qué momento pagar las deudas o si podían hacer viajes nocturnos.
El otro número, 127, le sirvió a Price para entender las revoluciones de la Luna alrededor de la Tierra.
Tras 20 años de intensa investigación, Price concluyó que ya había resuelto el acertijo…Aún quedaban piezas del rompecabezas por encajar.
Un equipo internacional de expertos dedicado a investigar el mecanismo de Anticitera, convenció a Roger Hadland, ingeniero de rayos X, para que diseñara y llevara al Museo Arqueológico Nacional en Atenas una máquina especial para hacer imágenes tridimensionales del mecanismo.
Y, con otro aparato que realzó los escritos que cubren buena parte de los fragmentos, los investigadores encontraron una referencia a los engranajes y a otro número clave: 223.
Tres siglos antes de la edad de oro de de Atenas, los antiguos astrónomos babilonios descubrieron que 223 lunas tras un eclipse (18 años y 11 días, conocido como un ciclo de saros), la Luna y la Tierra vuelven a la misma posición de manera que probablemente se producirá otro parecido. "Cuando había un eclipse lunar, el rey babilonio dimitía y un substituto asumía el mando, de manera que los malos augurios fueran para él. Luego lo mataban y el rey volvía a asumir su posición", cuenta John Steele, experto en Babilonia del Museo Británico.
Resulta que 223 era el número de otra de las ruedas del artilugio.
El mecanismo de Anticitera podía ver el futuro... podía predecir eclipses.
No sólo el día, sino la hora, la dirección en la que la sombra cruzaría y el color del que se iba a ver la Luna.
Todo dependía de la Luna. Nada sobre la Luna es sencillo. No sólo su órbita es elíptica -de manera que viaja más rápido cuando está más cerca de la Tierra-, sino que esa elipse también rota lentamente, en un período de 9 años.
Con dos ruedas de engranaje más pequeñas, una de ellas con una pinza para regular la velocidad de rotación, replicaban con precisión el tiempo que se demora la Luna en orbitar, mientras que otra, con 26 dientes y medio, compensaba por el desplazamiento de la órbita.
Al examinar lo que queda de la parte frontal del aparato, el equipo de expertos concluyó que “solía tener un planetario” como lo entendían en ese momento: con la Tierra en el centro y cinco planetas girando a su alrededor.
El mecanismo de Anticitera predecía además la fecha exacta de los Juegos Panhelénicos: los Juegos de Olimpia, los Juegos Píticos, los Juegos Ístmicos, los Juegos Nemeos.
Lo curioso es que, aunque los Juegos de Olimpia eran los más prestigiosos, los Ístmicos, en Corinto, aparecen en letras mucho más grandes.
Y los nombres de los meses que aparecían en otra rueda eran corintios. Se estima que el diseñador era un corintio y que vivía en la colonia más rica gobernada por esa ciudad: Siracusa. Y Siracusa era el hogar del más brillante de los matemáticos e ingenieros griegos: Arquímedes.
Nada más y nada menos que quizás el científico más importante de la Antigüedad clásica, el hombre que había determinado la distancia a la Luna, encontrado cómo calcular el volumen de una esfera y de ese número fundamental π; que había asegurado que con una palanca movería el mundo y tanto más.
Arquímedes estaba en Siracusa cuando los romanos llegaron a conquistarla. El general Marco Claudio Marcelo ordenó que no lo mataran, pero un soldado lo hizo. Siracusa fue saqueada y sus tesoros enviados a Roma.
"Arquímedes encontró la manera de representar con precisión en un sólo aparato los variados y divergentes movimientos de los cinco planetas con sus distintas velocidades, de manera que el mismo eclipse ocurre en el globo que en la realidad", fue escrito por Cicero en una de las máquinas de Arquímedes en la casa del nieto del general Marcelo.
Como tantas otras cosas, con la caída de los griegos y luego los romanos, los conocimientos "emigraron" hacia el oriente, donde los bizantinos los guardaron por un tiempo y luego pasaron a los árabes.
El segundo artilugio con engranajes de bronce más antiguo que se conoce es del siglo V e inscripciones en árabe.
Y en el siglo XIII los moros llevaron esos conocimientos de vuelta a Europa.
Investigaciones previas establecieron que el mecanismo estaba metido en una caja de madera, que no sobrevivió el paso del tiempo.
Una caja que contenía todo el conocimiento del mundo, el tiempo, el espacio y el Universo.
Como afirma Carman, “ni más ni menos que eso, una verdadera computadora antigua que condensaba múltiples funciones”.
Se estima que el artefacto se habría creado para que Arquímedes y sus discípulos ilustraran de una manera sencilla todo el conocimiento disponible en la época. “un ingenioso invento para democratizar el acceso a la ciencia. Una herramienta excelente para enseñar a alumnos curiosos”, explica el doctor de la UNQui.
“Arquímedes construía aparatos similares al hallado. Sin ir más lejos, un texto de Cicerón en ‘La República’ describe el mecanismo con bastante detalle. Puede formar parte de la ficción pero su observación es muy similar a la que reconstruimos luego de examinarlo por horas”, agrega Carman.
En base a una serie de cálculos, se comprobó que la tecnología era más antigua de lo que en principio se creía. “Si bien en un comienzo se suponía que el aparato era del 100 a.C, hoy sabemos que es un tanto más antiguo y que la fecha coincide, en base a una serie de ecuaciones matemáticas, con el escenario del que formó parte Arquímedes. No obstante, decir que él fue el autor es apresurado hasta el momento”, admite el investigador.
Carman obtuvo una beca en Estados Unidos para trabajar con James Evans, uno de los principales exponentes en las investigaciones. Durante los últimos seis años se dedicó a recorrer las huellas de este invento diseñado hace más de dos milenios: una tecnología desconcertante y misteriosa que concentra su atención.
UNQ- Departamento de Ciencias Sociales / BBC-Mundo / Noviembre de 2016
No hay comentarios.:
Publicar un comentario