UN MUNDO A DESCUBRIR
Nos conectamos gracias a nuestros sentidos.
El
aroma, el sabor, la presentación visual, el tacto y hasta el ruido despierta la
apetencia por tal o cual alimento.
El análisis sensorial se encarga de
estudiar las reacciones del individuo frente a los alimentos. De ello dependerá
si aceptamos o no consumirlos.
En esta disciplina se define no sólo si los
alimentos gustan o no. Además se estudia si los mismos reúnen los requisitos de
calidad sensorial exigidos por los consumidores.
En el Instituto de Tecnología de Alimentos (ITA) de la
Facultad de Ingeniería Química (FIQ) de la Universidad Nacional del Litoral
(UNL) un grupo de docentes-investigadores de Análisis Sensorial de Alimentos
estudia estos temas desde la década del ‘90.
“Se trata de analizar la interacción de los individuos con el estímulo,
en este caso el alimento. Hay que diferenciar el análisis de la evaluación
sensorial, que es en definitiva la que realizamos todos los individuos desde
que nacemos, mientras que el análisis sensorial es un estudio más profundo, en
el que generalmente se aplica rigor científico y se cuenta con respaldo
estadístico”, diferenció Nora Sabbag, pionera en este tipo de trabajos en
la UNL.
Antes se lo denominaba estudio o análisis organoléptico, porque
intervenían los sentidos en todo el proceso de percepción. Hoy los
científicos pretenden reemplazarlo por
el de estudios sensoriales porque “no es
el órgano del sentido como tal, el
que participa en la percepción, sino los sensores dentro del órgano receptor.
No es el ojo, sino los conos y los bastones los protagonistas de la percepción
del color, el tamaño y la forma de un alimento. Así pasa con todos los
sentidos”, explica
Sabbag.
“Un producto puede ser totalmente
apto para el consumo, tanto desde el punto de vista bacteriológico como
fisicoquímico, nutricional y funcional, pero al ser lanzado al mercado puede
ser un fracaso si no posee las características sensoriales que los consumidores
esperan”, afirma la especialista.
“Hay
que diferenciar el sabor, que se percibe en la boca como una mezcla de
sensaciones odoríferas, quimiogustativas y trigeminales (sensaciones percibidas
en la boca, en las que interviene el nervio trigémino), del gusto, que también se
percibe en la boca y que está definido por sensaciones que responden a
compuestos químicos específicos no odoríferos, tales como ácido (ácido clorhídrico), amargo (cafeína), salado (cloruro de sodio), dulce (sacarosa) y sabroso o umami. Este
último descriptor de gusto se conoce desde hace aproximadamente 10 años y fue
identificado por un investigador japonés. Es el gusto característico de la
carne cocida y, en el caso de las sopas crema y caldos, se debe al glutamato de
potasio utilizado en su formulación”, comenta Sabbag.
“Tanto el sabor
como el gusto se perciben en la boca; las sensaciones producidas por todos los
componentes químicos de un producto, sean o no odorivectores, sean o no
trigeminales, pueden estimular determinados sensores en la cavidad bucal. Un
ejemplo es el flavor, que es una mezcla de aromas y gustos básicos y/o
químicos”, aclara la investigadora.
Los sabores dulces y ácidos son
conocidos por los compuestos y los aromas volátiles que se registran en la boca
y que, por detrás, llegan a los sensores ubicados en la mucosa de la nariz. “A partir de allí, mediante el proceso de
estimulación en el que participa el sistema nervioso central, el individuo
puede determinar de qué se trata, es decir, identifica las características que
presenta el producto al momento de ser consumido. Al mismo tiempo, la
estimulación de los sensores ubicados en las papilas gustativas y la mucosa de
la boca le permite percibir los gustos dulce y ácido”, completa Sabbag.
Cada
individuo identifica las características sensoriales de un producto a través de
todos los sentidos. Con la vista determinamos el color, el aspecto, la
homogeneidad de formas y tamaños. Con el olfato y el gusto, percibimos el olor
que se desprende del producto y los gustos básicos que posee. El sabor permite
identificar lo que estamos comiendo. Por su parte, el tacto permite percibir la
porosidad de la cáscara de una naranja, la pilosidad de la piel del kiwi o la
suavidad de la cáscara de banana e interviene también en
la boca y permite percibir la suavidad de una crema o de un helado, la aspereza
de una manzana arenosa o la cristalización de la lactosa en el dulce de leche.
El
oído participa en la percepción de las sensaciones kinestésicas, que son las
vinculadas a la producción de sonido al aplicar una fuerza cuando se mastica un
alimento. “Por ejemplo, productos tales
como snacks, zanahorias, apios, rabanitos o manzanas tienen kinestesia, y esa
es una forma de evaluar su textura y, por ende, su calidad sensorial, ya que,
por su naturaleza o proceso de obtención deben ser crocantes o crujientes”,
asevera la experta.
Con esta disciplina, Análisis Sensorial, existe toda una
gama de términos que ayudan a mejorar la caracterización de los productos. “Hay una nómina importante de términos,
llamados descriptores, para determinar la textura, por ejemplo. En los
productos blandos se puede evaluar la suavidad al paladar, como indicador de la
ausencia de elementos que impidan el desplazamiento de la lengua contra el paladar.
En los caramelos duros se mide la masticabilidad, como la cantidad de
masticaciones que demanda la mezcla del producto con la saliva para su completa
desintegración. En el pan se mide la esponjosidad de la miga, como la
recuperación de la forma cuando cesa la aplicación de una fuerza de compresión,
o la dureza de la costra, como la fuerza a aplicar para quebrarla o romperla.
En un caramelo de goma se tiene en cuenta la gomosidad, como una medida de la
resistencia a la ruptura ante la aplicación de una fuerza. En los snacks se
evalúa la crocanticidad, como medida del sonido y la fuerza puesta en juego
durante la masticación. Todos estos aspectos son importantes para identificar
la frescura de un alimento, ya que dan cuenta de su calidad”, ejemplifica la investigadora.
Disciplinas como la fisiología,
psicología y sociología juegan un papel muy importante en la aptitud sensorial
del individuo. Incluso se realizan estudios acerca de cómo responde el
individuo a diferentes estímulos, y cómo responden distintos individuos frente
a un mismo estímulo.
“Cada individuo
tiene una aptitud particular frente a cada estímulo y esto es debido a su
condición fisiológica, psicológica y sociológica. La primera se refiere a la
capacidad innata para captar estímulos, la segunda a la posibilidad de
experimentar una sensación y formular una respuesta, y la tercer condición
tiene que ver con las diferencias por edad, sexo, hábitos alimenticios,
creencia religiosa, condición social, entre otros factores”, abunda Sabbag.
Además, se sabe que tanto el sexo como la edad de los consumidores determinan
sus gustos y preferencias. Las mujeres, por ejemplo, se inclinan por lo dulce,
mientras que los hombres prefieren lo salado, una tendencia que se invierte con
el avance de la edad. “Los gustos y
preferencias cambian con los años, las costumbres, los modos de vida, las
necesidades y, dentro de ellas, juegan un rol muy importante las dietas, ya sea
vinculadas a una enfermedad, a un credo o simplemente a lograr mejor calidad de
vida”, concluye la científica.
Universidad Nacional del Litoral -
Facultad de Ingeniería Química-Julio de 2017
3 pasos para comer sanamente en el trabajo, Cuando el hambre ataca en la oficina, es útil estar preparado para mantener tus objetivos nutricionales en el camino correcto. http://epicpublishiing.com/
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