
Mucho hemos hablado de bacterias. Conocerlas a fondo es una tarea ardua que pareciera no tener fin.
El doctor Claudio Valverde, docente e investigador, examina estrategias naturales para reducir el uso de pesticidas químicos.
“Nuestros esfuerzos se concentran en trabajar con bacterias no modificadas genéticamente que exhiben capacidades para contrarrestar los efectos nocivos de los hongos, que habitualmente se combaten con pesticidas”, explica Valverde.
Desde hace aproximadamente nueve mil años, los humanos modificamos el mundo al incorporar técnicas agrícolas. Se cambio la economía de recolección y caza por la agricultura y ganadería.
El cambio modificó los fenómenos de autorregulación, que mantenían una constante en las propiedades y composición del medio interno del organismo. El equilibrio original se desnaturalizó y se instalaron prácticas que otorgaron un matiz diferente en las dinámicas sociales. Se instaló la cultura.
Aún hoy la ciencia, (como producto cultural), no logra desentrañar todos los misterios de la naturaleza. El suelo sigue siendo una gran incógnita. Es un escenario formado por microorganismos benéficos y patógenos.


La mejora en los cultivos “es nuestro horizonte. El objetivo es concluir los estudios básicos sobre los recursos biológicos para poder desarrollar productos útiles. En la actualidad, nuestros esfuerzos se concentran en trabajar con bacterias no modificadas genéticamente -“silvestres”- que exhiben capacidades para contrarrestar los efectos nocivos de los hongos: patógenos vegetales que, habitualmente, se combaten con pesticidas”, cuenta el bioquímico.

Las bacterias ayudan a muchas plantas a reducir los efectos de los hongos, verdaderos parásitos que se nutren de los organismos que infectan, pues no pueden elaborar su propio alimento al no realizar fotosíntesis. Entonces se investigan a las bacterias que los controlan.
Estas bacterias “Son microorganismos que están en todos lados y asumen una diversidad muy importante, tanto que existen más bacterias que animales. De este modo, para trabajar con una especie en particular es necesario seleccionarla con tal precisión que luego nos permita multiplicarla en una cantidad suficiente como para poder estudiarla”, comenta el especialista.
“Es necesario dirigirse a las fuentes en las que sospechamos que estará la bacteria y, mediante la aplicación de métodos de microbiología clásicos, extraer una población de individuos únicos e iguales. Una vez que la muestra está en el laboratorio, se conserva en un sistema capaz de mantenerla genéticamente idéntica e inalterada durante mucho tiempo. Se ingresa en un freezer a bajas temperaturas (aproximadamente a unos 80° bajo cero) con el objetivo de guardarla en un reservorio seguro”, ejemplifica el científico sobre el aislamiento.

“Hacia el final del examen, evaluamos cuáles son las razones (es decir, los genes) que determinan los comportamientos de las bacterias siempre que están en presencia de hongos. Es necesario preguntarse si el microorganismo en cuestión ya fue estudiado por alguien y si realiza acciones conocidas o desconocidas”, aclara el investigador.
“Existen “vacíos” que podemos ocupar mediante investigaciones novedosas, me refiero tanto al descubrimiento de una nueva molécula como a la producción de un antibiótico. Conocer las bases genéticas da herramientas para plantear una modificación que permita aumentar o controlar la producción de la molécula”, confirma el docente.
En relación a la generación de bacterias genéticamente modificadas, “nuestro laboratorio estuvo involucrado en el desarrollo de modificaciones genéticas para permitir analizar la localización en el tejido de las plantas de una bacteria para ser utilizada como fertilizante biológico en trigo y en maíz. El producto originado en un proyecto liderado en el INTA Castelar, no está liberado comercialmente pero sí fue aprobado el inicio de ensayos a campo por la Comisión Nacional de Biotecnología”, concluye el doctor Valverde.
Claudio Valverde se graduó de bioquímico en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad Nacional de La Plata en 1995. Luego, realizó un doctorado para estudiar la simbiosis entre un arbusto nativo de la Patagonia y bacterias (del género Frankia) fijadoras de nitrógeno. A principios de siglo llegó a la Universidad Nacional de Quilmes, de la mano del doctor Luis Wall, para incorporarse como investigador-docente en la carrera de Biotecnología. El objetivo era encender los motores de un área que requería de investigadores jóvenes y virtuosos. Obtuvo una beca post-doctoral en el Département de Microbiologie Fondamentale de la Université de Lausanne (Suiza) y se especializó en genética y regulación del control biológico vegetal. En la actualidad, se desempeña como Profesor Titular de la UNQ e Investigador Independiente del Conicet.
UNQ- Departamento de Ciencia y Tecnología- Julio de 2017
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